Tenía unos cuatro años la primera vez que le escuché. Fue Tata (mi abuela) la responsable de presentármelo. En ese momento no comprendí las letras de sus canciones, pero sí me dejé seducir por el ritmo. Y claro, ¿a quién no se le van los pies cuando escucha a Juan Luis Guerra? Este maestro dominicano es reflejo de nuestra identidad caribeña. Su música representa a todo el Caribe.

A medida que fui creciendo me volví fanática de él. Cada una de sus canciones, más allá de ser poesía, retratan cual película perfecta las historias que protagonizamos en la vida diaria. Confieso que hubo una época mientras era estudiante universitaria en donde escuchaba los dos cedés de sus éxitos, todos los días. En ese momento me aprendí cada una de sus canciones. Descubrí la magia que vive en “Burbujas de amor”, suspiré en cada uno de los versos de “Cuando te beso” y cantaba a todo pulmón “Ojalá que llueva café”.

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Juan Luis Guerra, más allá de ser un gran músico, un excelente poeta, es un maestro. Cada vez que sube al escenario da una clase magistral de lo que un artista debe ser.

El domingo una vez más fui testigo del gran artista que es este hijo de nuestra amada hermana República Dominicana. En el Coliseo de Puerto Rico, no cabía un alma más. Una vez dio inicio el concierto, todo ese mar de gente que llegó a disfrutar de la tambora dominicana se puso de pie y no se sentó hasta que terminó el concierto al son de “La bilirrubina”. Cantó una tras otra, dando cátedra de lo que es un ritmo perfecto en un espectáculo. Despertó aplausos desde que salió al escenario. No tan solo Juan Luis Guerra dio un espectáculo de altura, sino que sus músicos demostraron el calibre que tienen. Fue un verdadero lujo cantar, bailar y gozar al son del 4:40.

Y es que las letras de Juan Luis Guerra no tan solo son de amor, sino también de protesta. Uno de los momentos más memorables para mi fue cuando cantó “El costo de vida”; en ese momento comenzó con un megáfono en la mano denunciando todos los atropellos que como sociedad vivimos a causa de la inflación. Inevitablemente vino a mi mente que al día siguiente se celebraba el Día del Trabajador, día en donde salimos a la calle a protestar en pro de nuestros derechos como trabajadores.

¿Cómo nace el Día de los Trabajadores? El Día del Trabajador tiene su origen en mayo de 1886, en Chicago. Previo al inicio de la Segunda Revolución Industrial, Chicago empezó a emerger como centro del desarrollo industrial norteamericano. Miles de trabajadores se declararon en huelga para reclamar la obtención de derechos laborales. Esto llevó a lo que, tres días más tarde, se conocería como la Revuelta de Haymarket. Esos reclamos al día de hoy siguen vigente. Por eso es que año tras año, el 1ero de mayo nuestros trabajadores recuerdan la gesta que inició en 1886.

Ayer 1ero de mayo, Día de los Trabajadores, celebré, sobre todo, el trabajo de todos los educadores de esta Isla. Gloria a esas manos que tanto trabajan. Resistencia a aquellos que quieren destruir nuestras escuelas y se olvidan que la educación es el arma más poderosa de una nación. Espíritu de lucha para defender lo que nos pertenece. Sentido de justicia para denunciar aquello que está mal y atenta contra nuestros principios. Mucho corazón, pues es la fuerza que mueve el mundo.