Los hijos de Aretha Franklin se halaron por los pelos, y cuando la olla de los corajes y celos llegó a su punto de hervor, se enredaron en una reyerta de grandes proporciones con tal de servirse su tajada de los bienes que la estrella dejó.

La Reina del Soul, excelentísima en el pentagrama mundial y con más de 75 millones de discos vendidos vinilos, 8-tracks, cassettes o cds, dejó dos testamentos por ahí, uno debajo de un sofá y el otro en un armario. Y pa’ qué fue eso. Se armó la garata de San Quintín.

A las monumentales ventas de Aretha se suma el “streaming” y las regalías que su música produce y producirá por secula seculorum. Entonces tres de sus retoños, Kecalf, Edward y Ted -porque el mayor, Clarence, padece de una enfermedad mental- se enfrascaron en un juicio para determinar si el testamento oficial de la artista era tal o cual.

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Y es que resulta que Franklin, quizás en un arrechucho de mamá, exigió en un testamento fechado en el 2010, que Kecalf y Edward estudiaran y obtuvieran un diploma en Negocios antes tocar con el meñique la herencia. Supongo que habrá pensado que tenían que prepararse para no desperdiciar el dinerito que ella, a fuerza de sacrificio y talento, generó.

Entonces, en el 2014, cuatro años antes de fallecer a sus 76, y quizás con su corazoncito de madre ablandado por el tiempo, Aretha preparó otro testamento en el que quitaba esos requerimientos y nombraba a Kecalf como el administrador de los bienes y heredero de una mansión. Válgame Cristo, que los flamantes herederos se pusieron histéricos y se metieron en una disputa en la que destacaba el pequeño detalle de que el documento del 2014 fue escrito a mano en una libreta y escondido debajo de los cojines del sofá. Me imagino que Aretha estaba tirada en el mueble, con las piernas subidas y reposando sobre ellas la libreta de sus deseos. Entonces alguien entró y ella, en un movimiento rápido, hundió la libreta por la raja del sofá para esconderla.

La realidad es que “Don Dinero” tiene la virtud de dividir, fracturar y fragmentar. El billetito verde, bueno, ya ni billetito ni verde porque ha sido sustituido por su versión digital, tiene la capacidad de fomentar las guerras más crudas, los argumentos más agrios y la rotura de las relaciones que se pensaban irrompibles y sólidas. Es un horror. La gente es capaz de pelear por veinte pesos. Es como si un demonio se les metiera por dentro y les armara con garras afiladas, y buches de azufre para escupir.

Y no sólo son ellos, los hijos de la gran Aretha, quienes se agarran de las greñas para apoderarse de un dinero que les toca por ley pero no produjeron. En la vida diaria nos topamos con personajes de colmillos afilados tipo vampiro listos para chuparse los centavitos que otros parieron. Algunos son tan desfachatados que lo hacen sin ápice de vergüenza y mucho menos reparos. Otros son más estratégicos. Esos son los peores, porque diagraman esquemas, marañas y embrollos de alto copete y precisión. No van por centavos, -no, no, no señoras y señores-, esos van por los billetes grandes, por los millones.

Esta semana el juzgado dictaminó que el testamento de Aretha que es válido es el que escondió en el sofá. ¡Rakatán! Mientras tanto, seguiremos viendo el triste espectáculo que produce “Don Dinero” no sólo entre sus hijos, sino entre nuestros compueblanos.