Si se creían que no hablaría de Bad Bunny, se equivocaron. Y antes de que me azote con su crítica, por favor, lea hasta el final. No importa que haya pasado una semana desde que ese huracán azotara la Isla y la dejara patas pa’ arriba, con casi los tres millones y piquito que somos comentando, debatiendo, alabando y criticando. Todo a la vez en un salmorejo de opiniones. Benito y su combo -manejadores y grupo de trabajo- han estado en boca de todos. Alabanzas por aquí y su agüita por allá.

Hace unos años comenté sobre Bad Bunny y me cayó un aguacero de chinches y otras alimañas ponzoñosas. Dije, y lo sostengo, que no me gustan sus letras. No es porque me aturda el vocabulario folclórico, a mi edad esas palabretas no me espantan. Lo que sí me pone los pelos de punta y me resulta ofensivo es la charlatanería de los políticos en su afán cutre y chabacano de engañarnos y chuparnos el vivir. Eso para mí es más punzante y dañino que la prosa florida del “Conejo Malo”. Pero repito, las letras de Bad Bunny no son de mi gusto.

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También dije que lo que sí me gusta de este artista y su equipo -y con esto fue que tuve que abrir un gigantesco paraguas para los chinches- es la actitud lanzada, el atrevimiento, el no tener reparos en proponer un estilo de mercadeo rebelde y nuevo. A nosotros nos falta ese valor, la osadía de corrernos el riesgo que bien nos vendría para luchar contra los monstruos que nos ahorcan las mentes y el bolsillo. Protestamos, nos encabritamos sí, pero a medias. Nos quedamos cojos en el esfuerzo, quizás por el miedo. Hacemos un estruendo contra el desbarajuste y la injusticia, pero ponemos la palanca del freno.

La única vez que he visto a Bad Bunny fue hace varios años en el pasillo largo y frío del backstage del Choliseo. Se celebraba un concierto con una cartelera variada de artistas de distintos géneros. Yo andaba de trabajo con un cantante pop pegadísimo en ese momento. En el tirijala de camerinos vi bajarse del escenario a un tipo alto y delgado, vestido de conejo. El disfraz no era de un conejo malo, al contrario, era un mameluco entero de pies a cuello con capucha de orejas largas, similar al conejo de la bebida de chocolate que todos conocemos. Parecía un peluche.

Recuerdo su andar pausado con aquel armatoste peludo encima, supongo que cocinándose por dentro. Yo no sabía quién era. Bad Bunny estaba en los comienzos de su carrera y quienes le conocían eran los fanáticos del underground. Pero nada más de ver su arrojo al presentarse en un escenario disfrazado de conejo, supe que llegaría muy lejos. Hay que tener valor, mi hermano, y mire usted cómo ha logrado remenear un país entero.

Deberíamos imitar esa rebeldía, esas ganas de hacer, de saltarse los estilos viejos, ese apegamiento al qué dirán que nos amarra y nos impide luchar por lo que queremos, lo que sea de cada quien y cada cual. Okey, pongamos a un lado -aunque sea por un momento -el vocabulario crudo que hilvana esas frases plagadas de sexualidad. Si no nos gustan, no las escuchemos. Punto. En vez, miremos los cambios que podríamos generar si nos armáramos de esa misma valentía, que para algunos raya en desfachatez, y nos dejáramos de los ñiñiñiñis que nos impiden progresar. Con sus actitudes y comportamientos, la nueva generación nos está hablando alto y claro. Deberíamos escuchar.