Se supone que escriba sobre el Día Internacional de la Mujer, que se celebra hoy a nivel mundial para honrar la lucha y el sufrimiento de miles de mujeres que levantaron cuerpo y voz para abogar por nuestros derechos. Es sobre todo una fecha para concientizarnos de que aún en este siglo el apabullamiento de derechos y los crímenes que arrancan vidas siguen vigentes.

Sin embargo, me desvío del tema y me traslado hacia el estado de dolor, cansancio y preocupación de las cuidadoras, una cepa de mujeres comprometidas que dejan la piel y el alma ocupándose de los seres que las necesitan.

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Incluyo, además, a los cuidadores, una cepa de hombres quizás más escasa -y digo quizás, porque entendemos que son menos, aunque no lo sabemos a ciencia cierta- que también se dedican a velar por los familiares que no pueden hacerlo.

Esta semana escribí un comentario en mi mundo feisbukiano, invitando a mis seguidoras, que ejercen como cuidadoras, a utilizar mi espacio para desahogarse. Recibí el impacto de cientos de historias largas y tendidas de un compromiso de amor entrelazado con una lucha diaria que amenaza con asfixiar sus fuerzas físicas y atenta contra su estabilidad mental. Reviví mi historia con mi madre y hasta volví a sentir la fatiga, el dolor y el temor que produce esa labor de amor.

Miles de cuidadoras han puesto en pausa sus vidas. Se olvidan de ellas mismas y se sumergen en la necesidad de ese ser -y en muchos casos esos seres- que están ahí, necesitados de atención. No voy a mencionar sus nombres, pero sí algunas de las situaciones que viven a diario.

Hay mujeres cuidando a su viejita, su viejito, o a los dos. Hay mujeres cuidando a sus hijos, hijas, o a sus hermanos. Hay mujeres cuidando a sus esposos encamados. Hay mujeres cuidando al núcleo familiar entero, cada cual con un padecimiento diferente.

Ya sea por los estragos que puede ocasionar la vejez, por el látigo del alzhéimer, por la brutal bipolaridad, por la diabetes, por el embate de una condición renal… Ya sea por discapacidad física o intelectual, por intervenciones del corazón… Ya sea por lo que sea, las cuidadoras brindan compañía, administran medicinas, llevan a los médicos, limpian, preparan alimentos… todo esto y mucho más trincando los dientes para no llorar, porque van siendo testigos del deterioro y el sufrimiento de esa persona con quien mantienen un vínculo estrecho. Desgarrador.

¿Quién cuida a la cuidadora o al cuidador? Pues nadie. En aras de ese amor se van drenando. Esa es la realidad. En uno de los testimonios más impactantes, una lectora me compartió que “hay días en los que el sol se esconde, pero pienso que mañana sale. Me abrazo porque no puedo pedirle a quien cuidé o a quien cuido que reconozca lo que he hecho”. Es cierto, el sol se esconde, el tiempo se detiene, y el día va a ritmo lento, como en una arena movediza.

Necesitan descanso, apoyo emocional y, en ocasiones, económico, compartir la carga aunque sea un instante que les permita sentarse, cerrar los ojos, tomarse un café, hacer alguna gestión personal. Sé que la responsabilidad de proteger a estas titanas no le corresponde únicamente al gobierno. La familia debe ser el apoyo principal. Pero, caramba, ahora que entramos en la lucha libre hacia las elecciones, no he escuchado de la boquita de ninguna figura política proponer o presentar un programa de AUXILIO que les apoye y reconforte. Nada.