Si usted piensa que la piquiña amorosa es exclusiva de quienes viven la segunda edad, sepa que se equivoca. Y totalmente. Toda edad es buena para enamorarse, pero en la tercera parece ser más sabroso, quizás porque los sentimientos se cocinan a fuego lento y son salpimentados por las ganas y la madurez.

No hay prisa, queda tiempo para complacerse con los encantos de una pareja que les traiga la magia, los besitos, los retozos y, sobre todo, la compañía.

Así lo he visto en varias personas que conozco -hombres y mujeres- que luego de sobrevivir a divorcios o al derrumbe que ocasiona la viudez, se han reencontrado con el amor de forma inesperada y se han dejado sorprender y seducir por sus delicias. Se dejan caer hacia atrás como en las dinámicas y ejercicios que prueban la confianza, porque saben que el colchón de los años vividos no permitirá un golpe, o por lo menos lo amortiguará.

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La tercera edad llega con sus ventajas y la más impactante es la libertad. Es como una puerta que se abre a boca de jarro para dejar al descubierto un camino de nuevas aventuras, de esas que producen un mariposeo en el vientre. Amar otra vez resulta tentador y emocionante. Encontrar una persona para conversar, para bailar, para disfrutar de un paseo, para tomarse de la mano como dos adolescentes que descubren la pasión es, en esa etapa, una experiencia formidable y colosal. Un valor añadido.

Así parece ser. Y quienes tenemos relaciones de muchos años -que ya vamos siendo una especie en peligro de extinción- nos gozamos ver el coqueteo, la guiñadita, el nervio de aquellos y aquellas que se conocen, se entrelazan en amistad y se convierten en un nudo apretado que amarra un nuevo capítulo que jamás imaginaron.

Lo vi en la tele el otro día, en un programa que fomenta que personas de 65 años o más conozcan a posibles parejas de vida. Las señoras coquetonas, picaronas, pizpiretas. Los señores aniquelados, presumidos, entusiasmados. Se nota que invirtieron tiempo y maña para arreglarse, perfumarse y sacar la lindura a pasear. Todos listos y decididos a abrazar una nueva experiencia que quizás se convierta en una sólida amistad, o de repente en un acompañamiento que dure toda la vida. Forever and ever. ¡Maravilloso!

Y no crea usted que van en plano de seriotas y seriotes. Se lo están gozando y en el proceso se divierten con los demás competidores y con el susodicho o susodicha que al final elegirá con quién se queda. Sospecho que lo que sienten debe ser igual, o por lo menos semejante, a cuando los adolescentes descubren que la flecha de Cupido le tocó.

Según un estudio que me compartió el Director Estatal de AARP en Puerto Rico, José Acarón, el 27.3% de nuestra población pasa de los 60 años y entre las características de la mayoría figura que son independientes, activos, apasionados, preparados… En fin, que en vez de ir hacia abajo, van hacia arriba decididos a cultivar su plenitud.

Por eso no me sorprende que además de los logros comunitarios, personales y profesionales, se permitan encontrar y disfrutarse un nuevo amor. Uno que les llene, les sacuda el piso y le brinde ese acompañamiento que es tan fantástico porque Colorín colorado, el cuento NO se ha acabado… al contrario, comienza.