No tengo que hacer mucho esfuerzo para transportarme a la escena. Me resulta fácil darle vuelo a la imaginación para visualizar y hasta sentir el nervio y la adrenalina que ambientaba ese momento en el que la familia Meléndez-Meléndez, acomodados en la sala o en algún otro espacio de su hogar e hipnotizados por las imágenes del televisor, vieron el nombre de Yahil anunciado en el sorteo de novatos de las Grandes Ligas, seleccionado por el equipo Cubs de Chicago.

Ya les digo, resulta fácil viajar mentalmente hacia ese instante y escuchar los gritos de alegría, ver las lágrimas de emoción y hasta sentir los abrazos apretados que se dieron en familia.

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Tres años después de que los terremotos que estremecieron la Isla les sacudieran la vida destrozando su casa en Guánica, de dormir en un auto que ubicaban en distintos estacionamientos y de que los progenitores de la familia se quedaran sin trabajo, la bendición llegó. ¡Y llegó en grande!

Por lo que he leído en los medios atraída por esta historia de superación -porque de deportes sé un pepino- sé que Yahil no claudicó en su sueño de alcanzar una carrera profesional formal en ese deporte del béisbol en el que, seguramente, invirtió infinidad de tiempo de su infancia en los parques de su pueblo. No se rindió.

Según relata una historia publicada por un rotativo, en medio del desasosiego que provoca perder el techo, el muchacho se preguntaba dónde jugaría, pero nunca pensó en el fracaso. No, esa no era la opción. Mientras tanto, sus padres sacaron su fortaleza como bandera e hicieron las gestiones necesarias para proteger su familia y, a su vez, proveerle a Yahil la oportunidad de dar los pasos -aunque sacrificados- hacia su sueño.

Esta es una historia de resiliencia, de perseverancia, de tesón.

La RAE, el Olimpo de las palabras y sus significados, define resiliencia como la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. ¿Y qué más perturbador y qué más adverso que perder el techo, y más que un techo, el hogar en donde se compartía la vida con su dosis de risas, ilusiones, problemas, juegos, y amores?

La familia Meléndez le ofrece una lección justa y necesaria para todos los que, ante una diminuta piedrita en el camino, optan por renunciar a los sueños… a todos los que prefieren rendirse por no hacer sacrificios… a todos los que se sientan con los brazos cruzados sobre la mesa en vez de dar los pasos requeridos para alcanzar una meta.

Ojalá que todos tuviéramos la fuerza, la tenacidad y la firmeza de esta familia que celebra hoy un lujazo de bendición a través de su hijo. Es que ya me los imagino con el pecho apretado, a llanto por la emoción, con el corazón palpitando de satisfacción.

A Yahil y a los Meléndez les llegó la bendición y ojalá que sea la primera de muchas que reciban en adelante. Y no se trata de dinero. Claro que su contrato económico aliviará su situación. Pero se trata de algo más: de la recompensa a su esfuerzo, de la puerta al futuro, del cielo que se abre y se derrama en oportunidades, de la condecoración con medalla de oro por su sacrificio.

Deberíamos contarle esta maravillosa historia a nuestros hijos y a todos los jóvenes del país que andan un tanto perturbados con el mundo que les ha tocado vivir. Que Yahil sirva de ejemplo de lo que significa no quitarse.