El término “corazón graso” se refiere a la acumulación de grasa alrededor del corazón. Normalmente, el corazón está recubierto por un tejido adiposo conocido como grasa epicárdica. Esta capa de grasa alrededor del corazón puede comprender hasta un 80% de la superficie cardíaca y contribuir al 20% de la masa del corazón. Este tejido es altamente activo y comparte la microcirculación del músculo cardíaco.

Bajo circunstancias normales, este tejido graso protege y ayuda al corazón en su funcionamiento. Estos depósitos de grasa protegen el músculo cardíaco y las arterias coronarias de impactos y movimientos excesivos durante su pulso y contracción, sirve de agente insultante en respuesta a exposición al frío y es fuente de energía alterna mediante su alto contenido de ácidos grasos saturados y agentes antiinflamatorios.

Por otro lado, la acumulación excesiva de tejido graso alrededor del corazón puede deteriorar la salud cardíaca.

Múltiples estudios clínicos han demostrado la asociación entre el aumento de grasa epicárdica y el desarrollo de enfermedad coronaria. Su acumulación alrededor del corazón está bien correlacionada a la obesidad y al aumento en edad.

En pacientes con enfermedad coronaria, se ha demostrado que esta acumulación de grasa se torna inflamatoria y puede promover el desarrollo de placas ateroescleróticas, mediante la secreción de agentes inflamatorios. Estos hallazgos convierten la acumulación de grasa epicárdica en un marcador independiente de riesgo cardiovascular.

La acumulación de grasa epicárdica se ha correlacionado, también, como un factor de riesgo independiente para el desarrollo de fibrilación atrial.

Investigaciones clínicas recientes estudian la correlación entre la grasa epicárdica y la recurrencia de episodios de pericarditis, una inflamación del saco que recubre el corazón (pericardio).

En un estudio publicado recientemente en el Journal of the American College of Cardiology por Satish Kenchaiah, MD, et al (Icahn School of Medicine, Mount Sinai, New York), se demostró la relación entre la acumulación de grasa pericárdica y el riesgo de fallo cardíaco. El estudio se basó en 6,785 participantes sin evidencia de enfermedad cardíaca previa, de etnicidad diversa, de base comunitaria y ajustado a los distintos factores de riesgo de fallo cardíaco. Pudieron demostrar que el aumento en grasa pericárdica duplicó el riesgo de fallo cardíaco en las mujeres y aumentó el de los hombres en un 50 % a lo largo de un período de observación de más de 17 años.

El estudio también demostró que el riesgo aumentó, independientemente del peso del paciente y de la presencia de otros factores de riesgo para fallo cardíaco como: la edad, el uso y el consumo de tabaco y alcohol; la inactividad física, la presión arterial alta, la diabetes, el colesterol elevado y el infarto cardíaco previo.

Los resultados de este estudio son importantes en la evaluación y la clasificación de pacientes de alto riesgo para el desarrollo de fallo cardíaco.

¿Quiénes están en mayor riesgo de un corazón graso?

Un factor bien importante es la cantidad de grasa abdominal, pues está muy bien correlacionada con el aumento en grasa epicárdica.

Este aumento en grasa abdominal es un componente importante en el síndrome metabólico, el cual agrupa múltiples factores de riesgo para el desarrollo de enfermedad cardiovascular, tales como: circunferencia abdominal de más de 35 pulgadas, nivel de triglicéridos mayor de 150 mg/dL, nivel de colesterol bueno (HDL) menor de 50 mg/dL, presión arterial de más de 130/85 mm Hg, y un nivel de azúcar en ayunas de más de 100 mg/dL. Tres o más de estos factores constituyen el síndrome metabólico y ponen al paciente en alto riesgo de enfermedad cardiovascular y corazón graso.

¿Como podemos reducir los riesgos de desarrollar un corazón graso?

Estudios han demostrado que tener una dieta saludable, mantenerse físicamente activo y mantener un peso óptimo puede ayudar a evitar y a reducir los depósitos excesivos de grasa alrededor del corazón.

Una dieta cardíaca saludable debe contener frutas y vegetales, granos altos en fibra, nueces y pescado, además de evitar el exceso de carnes roja y reducir el alto consumo de alcohol. El ejercicio moderado y rutinario, como caminar por 30 minutos, ayuda a reducir el exceso de grasa en el cuerpo y estimula el metabolismo.

La Asociación Americana del Corazón recomienda el ejercicio aeróbico moderado de al menos 150 minutos por semana o ejercicio más intenso como correr o ciclismo por un mínimo de 75 minutos por semana. También se ha demostrado que bajar de peso disminuye la grasa pericárdica. En pacientes de obesidad mayor, las cirugías bariátricas también pudiesen ayudar a disminuirla.

Por último, los avances en las técnicas de tomografía computadorizada (CT) pudiesen hacer factible su utilización en la estratificación de pacientes de alto riesgo. Un artículo publicado recientemente en la revista científica Circulation, Evann Eissenberg, et al (Cedars-Sinai Medical Center, Los Ángeles, California) pudieron cuantificar efectivamente el volumen y la densidad de la grasa cardíaca mediante el uso de CT sin contraste y el uso de tecnología inteligente automatizada, en aproximadamente unos 30 segundos. Estos nuevos avances tecnológicos abren las puertas a una evaluación temprana en pacientes asintomáticos de alto riesgo.

Más estudios son necesarios en la evaluación de nuevas alternativas de tratamiento y la prevención de enfermedades cardiovasculares a consecuencia del corazón graso.

El autor es cardiólogo del Hospital HIMA San Pablo Bayamón y profesor asociado de la Escuela de Medicina de la Universidad Central del Caribe, en Bayamón.