En las primeras semanas de la pandemia por el COVID-19, la mayoría de los gobiernos optaron por confinar a su ciudadanía para detener o evitar la saturación de los sistemas de salud. Las redes sociales se inundaron de fotografías en las que se veían carreteras desoladas, cielos despejados y cuerpos de agua más claros. Sin embargo, muchos cometieron el error de suponer que estas imágenes representaban una victoria en la lucha por un mejor cuidado del medioambiente.

Los efectos del encierro

En el último siglo, ninguna guerra, recesión económica u otra pandemia había disminuido, en tan poco tiempo, las emisiones de dióxido de carbono como lo hizo la emergencia por el COVID-19. El cese en el uso de combustibles fósiles para la transportación terrestre y la operación de la manufactura contribuyeron a este efecto.

De acuerdo con la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, en inglés), al término del primer trimestre de 2020, hubo una reducción de entre el 20 y el 30% de gases contaminantes en la atmósfera, acción determinante para desacelerar el calentamiento global.

Pero, rápidamente, la directora del programa ambiental de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Inger Andersen, ofreció contexto.

“El COVID-19, de ninguna manera, tiene un lado positivo para el medioambiente… Los impactos positivos visibles, ya sea la mejora de la calidad del aire o la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, no son más que temporales, ya que se deben a la trágica desaceleración económica y al sufrimiento humano”, sostuvo Andersen.

Según la Organización Mundial de Meteorología (WMO, en inglés), durante el confinamiento más restrictivo, las emisiones diarias de dióxido de carbono disminuyeron hasta un 17% a nivel mundial. Sin embargo, a finales del año pasado, esta cifra rondaba entre el 4.2 y el 7.5%. Se estima que, para alcanzar un impacto positivo en la atmósfera, se debe reducir, sostenidamente y —al menos— durante un año, el 10 % de las emisiones de este gas a nivel global.

Por otro lado, geólogos observaron una reducción del ruido sísmico; es decir, las vibraciones que las actividades diarias de la sociedad provocan sobre la corteza terrestre. Esta escena solo se suele observar en días como la mañana de Navidad, cuando la mayoría de la ciudadanía se encuentra en el interior de sus hogares.

Debido a esta calma, los expertos pueden percibir, de manera más clara, los pequeños sismos, y, como consecuencia, ampliar los estudios sobre los movimientos telúricos. No obstante, al igual que las emisiones de gases de efecto invernadero, este silencio solo duró unos meses.

La marea de plástico

Carencias de mascarillas, guantes de látex, envases plásticos de alcohol y equipo de protección desechable para el personal médico acapararon los discursos gubernamentales desde el principio de la pandemia porque, en ese momento, fueron las principales armas contra el contagio de COVID-19.

Tras un año desde el inicio de la emergencia sanitaria, la marea de plástico no solo abarca gran parte de la manufactura, sino que la ONU estima que el 70% colmará los vertederos y, en el peor de los casos, los mares y hasta un 12 % será quemada, causando contaminación y afecciones en las zonas más vulnerables del planeta.

De acuerdo con el organismo internacional, en Wuhan, China, las toneladas de desechos médicos aumentaron seis veces diariamente, sobrecargando la capacidad de incineración de la ciudad de 49 toneladas al día. Por otro lado, para abril de 2020, el 46 % de las instalaciones de reciclaje en el Reino Unido habían reducido o suspendido sus servicios.

“La contaminación por plásticos ya era una de las más grandes amenazas a nuestro planeta antes del coronavirus. El rápido aumento en el uso diario de ciertos productos que ayudan a proteger a las personas y a detener la propagación del virus está empeorando las cosas”, afirmó, anteriormente, la directora de comercio y desarrollo de la ONU, Pamela Coke-Hamilton.

Las consecuencias indirectas de los desechos de plástico para la pesca, el turismo y el transporte marítimo sumaban, antes del COVID-19, $40,000 millones en pérdidas anuales.

Hoy, el mayor temor es que se revierta cualquier progreso sobre la reducción de plástico de un solo uso debido a la presunta costoefectividad de estos materiales puros por encima de los reciclados.

Oportunidad para las acciones coordinadas

“El cambio climático constituye una emergencia mundial que va más allá de las fronteras nacionales. Se trata de un problema que exige soluciones coordinadas en todo los niveles y cooperación internacional para ayudar a los países a avanzar hacia una economía con bajas emisiones de carbono”, lee la página web de la ONU sobre el Acuerdo de París.

Entre las principales claves de este tratado, firmado en 2015, se encuentra que los estados examinen cómo entidades públicas y privadas contribuyen a la emisión de carbono. Por lo mismo, se ha instado a que los países coloquen el compromiso con el medioambiente como requisito a la hora de asignar a las empresas fondos destinados a compensar los efectos de la pandemia.

Para la ONU, si no se atiende la crisis ambiental, se continuará perpetuando la violación a los derechos humanos, especialmente los de las comunidades más vulnerables.