El diagnóstico de una enfermedad crónica suele estar acompañado de estrés, miedo y ansiedad, ante los procesos de aceptación, cambios de hábitos y adaptación de comportamientos fieles a tratamientos de por vida. En el caso de un diagnóstico del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), se le suman estresores de estigma, económicos, físicos y psicológicos, por ende, exige una atención de salud integrada que resguarde la calidad de vida de la persona.

Según la doctora Elba Vargas De León, psicóloga clínica, en los participantes de VIH existe mayor vulnerabilidad a caer en una depresión mayor. “Cuando estamos hablando de depresión mayor, estamos hablando de un grupo de síntomas que pueden incluir pérdida de interés, falta de apetito, falta de sueño, dormir en exceso, cambios repentinos en el estado de ánimo o coraje”, detalló la especialista en salud mental con más de 25 años de experiencia en el servicio a las personas que viven con VIH.

Ciertamente, al sufrir depresión mayor, este grupo de síntomas afecta la calidad de vida de la persona, ya que las emociones y el sistema inmunológico están íntimamente ligados. En esta población, las emociones negativas pueden suceder debido a múltiples situaciones. Distintos estudios evidencian que vivir con una enfermedad crónica se puede percibir como un hecho altamente estresante, al momento del diagnóstico y a lo largo de la vida, por los problemas físicos que pueden ocurrir, las implicaciones de los tratamientos, y las transformaciones que se presentan en los estilos y proyectos de vida, metas y hábitos. Por tal razón, la psicóloga clínica advirtió que hay que trabajar con las causas de esa depresión que se reflejará de inmediato en problemas con la adherencia del tratamiento antirretroviral.

El tratamiento antirretroviral (TAR) es una respuesta efectiva contra el VIH y se reconoce como un logro en la disminución de las muertes con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) y la reducción de nuevos contagios. Sin embargo, los factores psicológicos y sociales interfieren directamente con su implementación, eficacia y efectividad, lo que se considera una urgencia de salud pública.

Vargas De León sostuvo que “se ha adelantado muchísimo con los tratamientos antirretrovirales; antes un paciente tomaba unos 15 medicamentos, ahora son uno o dos diarios. Incluso, desde enero de 2021, están los tratamientos inyectables de larga duración. No obstante, para llegar a ese tratamiento, se requiere que la persona sea indetectable y, si cae en una depresión mayor, es bien difícil que se cumpla; eso requiere una adherencia perfecta”, informó.

Para que las personas que viven con VIH logren no solo la adherencia sino el bienestar, la psicóloga clínica sostuvo que no se pueden seguir separando las emociones y el cuerpo físico. “Hay que cambiar ese modelo médico donde se habla de salud y se obvian plena y totalmente los componentes mental, emocional y espiritual. A la hora de la verdad, lo que sostiene a un ser humano es el manejo saludable de sus emociones y su fortaleza emocional y espiritual”, advirtió Vargas De León.

Así las cosas, la prevención o el manejo de una depresión mayor, luego de un diagnóstico de VIH, que, a su vez, impacta el funcionamiento diario de la persona —ya que exige la adopción de nuevas conductas y hábitos—, necesita un proceso de ajuste emocional y cognitivo que actúe como mediador para el alcance y mantenimiento de los comportamientos fieles a sus tratamientos. De lo contrario, las personas pueden enfrentar reacciones como desorientación, ansiedad, menor autoestima y síntomas depresivos relacionados con la percepción del control sobre su salud, la esperanza de vida, y los síntomas físicos, psicológicos y sociales.

Sin duda, existe una vulnerabilidad y hay que atajarla, porque impacta la adherencia y la calidad de vida del paciente. Por lo tanto, Vargas De León destacó que, quienes trabajan “con la persona que vive con VIH deben hacerlo de manera integrada. Deben buscar fortalezas, como pueden ser la familia, el trabajo, los conocimientos intelectuales y los intereses de esa persona para ayudarla en su red de apoyo”.

De igual forma, hay que exhortar al participante para que se eduque sobre su condición y la importancia de mantener el sistema inmunológico lo más saludable posible. “El proceso terapéutico no solamente educa, [sino que] también, promueve que esa persona se sienta lo más segura y confiada posible en sus destrezas y en sus recursos”, aseveró.

Además, la experimentada psicóloga clínica señaló la consulta psiquiátrica como una pieza vital. “Cuando, responsablemente, atendemos un trastorno de depresión mayor, ya está involucrada la parte fisiológica y necesitamos la estabilización de esos neurotransmisores a nivel cerebral para, verdaderamente, trabajar y ayudar a esa persona a salir adelante. Sin duda, cuando hablamos de tratamiento, es importante una evaluación médica psiquiátrica y trabajar en conjunto”, dijo.

Asimismo, Vargas De León destacó el trabajo en equipo, que puede incluir un equipo nutricional, intervención de apoyo social y de educación en salud, como una herramienta esencial que hace posible que el paciente salga de la depresión mayor.

Puntos claves:

  • Manejo de aceptación y adaptación en la percepción del control de la salud.
  • Importancia de la adherencia al tratamiento del VIH y los antidepresivos.
  • Acceso a un servicio integrado (cuerpo, mente y espíritu).
  • Vital la evaluación psiquiátrica.
  • Llamado a la familia a no minimizar las emociones del paciente.
  • Participación del paciente en la autoeducación, que sepa reconocer las señales de alerta para solicitar ayuda y que sea ofrecida lo antes posible.