Suicidio es el término utilizado para describir el acto de quitarse la vida, provocando la muerte de forma intencional. Esta conducta es poco frecuente antes de los 8 años y está principalmente asociada a la adolescencia, entre los 15 y los 19 años. En mi experiencia, es el evento más impactante en el que un profesional de la salud mental puede trabajar. La inocencia de un niño o adolescente que tome esta decisión nos compele, como adultos responsables, a conocer las señales que nos ayudan a identificar conductas que podrían convertirse en un posible suicidio en esta etapa de la vida.

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Detrás del suicidio a esta edad se esconde un complejo esquema de comportamientos que combinan varios factores que incluyen los gestos suicidas, intentos suicidas y el suicidio consumado. En la ideación suicida existen pensamientos y planes de suicidio, mientras que los intentos suicidas incluyen actos autolesivos que podrían provocar la muerte como por ejemplo colgarse, cortarse o ahogarse.

Los pensamientos suicidas no siempre conducen a la conducta suicida, pero son un factor de riesgo. Con frecuencia, hay un problema de salud mental subyacente y un acontecimiento estresante que lo desencadena.

Los eventos estresantes comúnmente asociados son:

  • La muerte de un ser querido.
  • Un suicidio que ha tenido lugar en el colegio o en cualquier otro grupo de compañeros.
  • El fracaso de una relación amorosa o significativa.
  • Un cambio de entorno familiar, escolar, comunitario o el alejamiento de los amigos.
  • Ser humillado por familiares o amigos.
  • Sufrir acoso en la escuela, especialmente para estudiantes lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBTQ+).
  • El fracaso escolar
  • Problemas con la ley

Problemas subyacentes más frecuentes

Depresión: los niños o los adolescentes con depresión tienen sentimientos de desesperanza y de impotencia que limitan su capacidad para considerar soluciones alternativas a problemas urgentes.

Consumo de alcohol o de drogas: el abuso de alcohol o el consumo de drogas disminuyen las inhibiciones frente a acciones peligrosas y alteran la anticipación de las consecuencias.

Pobre control de los impulsos: los adolescentes, en particular los que presentan un trastorno por comportamiento perturbador, como el trastorno disocial, actúan impulsivamente, sin pensar.

Otros trastornos mentales y físicos también pueden aumentar el riesgo de suicidio. Entre ellos: la ansiedad, la esquizofrenia, traumatismos craneoencefálicos y el trastorno de estrés postraumático.

En ocasiones, los niños y los adolescentes que intentan suicidarse están enfadados con parientes o amigos, son incapaces de controlar la ira y dirigen su enfado contra sí mismos. Desean manipular o castigar a otras personas: “Se arrepentirán después de que yo muera”.

Las dificultades de comunicación con los padres pueden contribuir al riesgo de suicidio. Un suicidio al que se ha dado mucha publicidad a menudo viene seguido de otros suicidios o intentos de suicidios. De igual modo, los suicidios por imitación ocurren más frecuentemente en las escuelas o institutos. El suicidio es más probable en familias en las que los trastornos del estado de ánimo están presentes, especialmente si existen antecedentes familiares de suicidio u otro comportamiento violento.

Qué hacer

Padres, médicos, profesores y amigos son figuras clave para identificar a los niños propensos a intentar el suicidio, particularmente los que han tenido algún cambio de comportamiento reciente.

Esta población, con frecuencia, confía en sus compañeros, que deben ser fuertemente alentados a no guardar un secreto que pueda conducir a la trágica muerte del niño suicida. Los que expresan pensamientos tales como: “Ojalá no hubiera nacido” o “Quisiera dormir y no despertar”, representan un riesgo.

De la misma manera, los niños con signos más sutiles, como retraimiento social, retroceso en el nivel escolar o acciones de desprendimiento de posesiones favoritas, también sufren un riesgo potencial. Los profesionales de la salud mental representan un papel clave para la valoración de la seguridad del niño suicida, de la necesidad de hospitalización, así como tratamiento para la depresión o el consumo de drogas. La primera línea de prevención es preguntar directamente al niño en riesgo sobre sus ideas de suicidio, ya que puede expresar aspectos importantes que estén contribuyendo al malestar del niño.

Estrategias para reducir el riesgo de suicidio

  • Obtener atención médica eficaz para los trastornos mentales y físicos.
  • Ser capaz de acceder fácilmente a los servicios de salud mental.
  • Conseguir el apoyo de la familia y de la comunidad.
  • Aprender formas de resolver pacíficamente los conflictos.
  • Limitar el acceso a los medios de comunicación con contenido relacionado al suicidio.
  • Programas de prevención del suicidio. Son más efectivos los que aseguran que el niño posea un ambiente de crianza alentador, así como que asista a una escuela u otra institución social que promueva el respeto por las diferencias individuales, raciales y culturales.

Los niños que expresan pensamientos relacionados con el deseo de hacerse daño a sí mismos o que intentan suicidarse necesitan una evaluación urgente con un profesional de la salud mental. Si conoces de alguien que necesite ayuda médica profesional para manejar sus emociones y salud mental, por favor llámanos inmediatamente al 787-714-2462. En el Hospital Menonita CIMA estamos disponibles las 24 horas, los 7 días.

La autora es psicóloga clínica especialista en niños y adolescentes del Hospital Menonita CIMA Aibonito, y perito forense.