Cuando inició el período de cuarentena impuesto por la exgobernadora Wanda Vázquez, en marzo de 2020, Emilia Veras supo que debía apoyar las decisiones de los dueños del Hogar Casa Primavera, en Hato Rey, para proteger la salud de sus residentes. Como gerente de esta instalación de cuidado prolongado ya sabía, por los medios noticiosos, que sería una situación de reto para todos sus pacientes.

Sin embargo, a Emilia le preocupaba más cuánto afectaría a sus pacientes diagnosticados con la enfermedad de Alzheimer el aislamiento total de sus familiares, a los que aún podían reconocer.

“La mayoría de los residentes recibieron visitas con restricción”, explica Veras. “Ellos siempre venían, los familiares, y los veían a distancia. Luego, cuando se prohibieron las visitas [por el alza en los casos, en mayo de 2020], comenzaron las visitas virtuales, a través de un teléfono celular. Había muchos que podían recordar a los familiares por la voz, aunque tuvieran la mascarilla. Otros tardaban en caer en cuenta; entonces, los familiares les hablaban de cosas que ellos conocían y ahí iban recordando, poco a poco. Hubo otros que no pudieron reconocerlos; esos estaban ya un poco más afectados por la enfermedad”, recordó.

La soledad como un problema clínico y social

Un artículo publicado por Hwang, Rabheru et al (2020), que trataba sobre la soledad y el aislamiento social durante la pandemia del COVID-19, admite que ambas situaciones coexisten y son muy comunes en los adultos mayores. Aunque la soledad y el aislamiento no pueden equipararse ni son intercambiables, los autores del ensayo afirman que ambas circunstancias pueden tener un “efecto detrimental en la salud”, al punto de que este problema ya se reconocía en Europa y Asía, desde el 2018, como una “epidemia del comportamiento”.

“La soledad, en sí misma, es un problema que aqueja a muchas personas en los Estados Unidos, desde hace mucho tiempo”, aseguró el doctor José Franceschini Carlo, psiquiatra y especialista en geriatría. “Un 20 % de los adultos mayores en Estados Unidos vive a solas en su casa. Ese artículo que mencionas es uno de muchos que se han publicado en revistas especializadas sobre temas psiquiátricos y psicogeriátricos, en los que se habla de los efectos del aislamiento en los pacientes que han sido diagnosticados con alzhéimer”, dijo el especialista.

Por otra parte, la percepción de “estar solo” no es lo mismo que “sentirse solo”, afirma sin rodeos la coach de vida Lily García Catalá. Durante la pandemia, la también comunicadora y locutora se mantuvo en contacto virtual con grupos de personas privadas de libertad, tanto mujeres como varones. En sus sesiones de empoderamiento, se hablaba del tema, ya que, en un momento durante el pico de la pandemia, se eliminaron las visitas a las instituciones de corrección y rehabilitación, para evitar brotes.

“Para ellos y ellas era bien difícil, pero, por lo menos, tenían la oportunidad de ventilarlo y reflexionar sobre ese reto, que no era su culpa, sino una situación que estaba fuera de las manos de todos nosotros, y que iba a pasar”, explicó García Catalá. “Claro, todos entendían que no había alternativa: protegerse era lo único más ‘seguro’, porque era algo nuevo, de lo que se sabía muy poco, ni cuánto duraría, y todavía no había ni idea sobre la posibilidad de una vacuna”, rememoró. “Creo que esa sensación de impotencia, sobre todo porque no tienes forma de salir de la situación, es bien fuerte. Porque, si te fijas, esto era un asunto mucho más grande que nosotros, por lo tanto, era algo que aumentaba dramáticamente la ansiedad”, recalcó.

De acuerdo con el artículo de Hwang y Rabheru, la soledad está asociada con “varias repercusiones físicas y mentales, incluyendo aumento en la presión arterial sistólica y en el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares”. Los investigadores añaden que, cuando se vincula la soledad con el aislamiento social, “se han asociado con un aumento en el riesgo de muertes asociadas a enfermedad arterial coronaria”.

“Eso no es sorprendente porque hay veces que, por la ansiedad, empiezan a tener problemas de salud mental, ilusiones y alucinaciones causadas por no tener interacción con otras personas”, señaló Franceschini. “Algunas personas descuidan su dieta, su higiene y su apariencia, todo por la depresión que les causa sentirse solos y no poder socializar con otras personas tiene un impacto bien negativo en su salud. Pudieran presentar problemas de daño neurológico y tener microinfartos cerebrales que dañan las neuronas, lo que acelera más el proceso de deterioro que ya, de por sí, la enfermedad produce”, apuntó el psiquiatra.

Consecuencias de la soledad en un paciente con alzhéimer

Una de las consecuencias de la soledad y el aislamiento durante la pandemia han sido los intentos de suicidio. Hwang y Rabheru señalan, en su artículo, que, en estos pacientes, “hay un aumento en los síntomas de depresión que, además de ser causados por la soledad, se agravan por una pobre salud general, deficiencias en su estado funcional, problemas visuales y la percepción de un cambio negativo en su vida”.

“Son cosas muy difíciles de entender, pero pasan”, admitió Franceschini, “sobre todo porque los presupuestos para atender los problemas de salud mental en muchos países se han reducido, y más aún en los Estados Unidos. La situación no es tan sencilla de resolver porque, aunque mejoren los diagnósticos tempranos y los tratamientos, hay otros factores. Por ejemplo, muchas veces, las personas comienzan a tener asuntos [de salud mental] desde la niñez que no han manejado”, agregó.

Para aliviar el estrés que les causan los recuerdos, muchas personas recurren al abuso del alcohol, agravando aún más la situación. “Los daños neurológicos que causa el consumo excesivo del alcohol son irreversibles, y eso ya está más que probado”, comentó el también geriatra.”Si juntas todo eso con los problemas personales y lo que estamos viviendo en el mundo, la combinación es muy lamentable porque, como dice un refrán, ‘la soledad es mala consejera’, y más con un diagnóstico de alzhéimer u otros tipos de demencia, [pues] se pone peor”, indicó, para agregar que, “entonces, hay que manejar estas consecuencias que siempre traen daños a terceros”.

Rubén Suárez (nombre ficticio) tuvo que intervenir, como paramédico, en una situación ocurrida con una persona de edad avanzada, diagnosticada con la condición de Alzheimer, en un edificio de apartamentos de Río Piedras. “Conocía a la dama porque mi esposa trabajaba en su casa haciendo limpieza y varias veces llegué a recogerla y estaban juntas, paseando por la acera.. Eso fue antes de que se pusiera malita”, recordó.

En noviembre de 2020, Suárez trabajaba el turno de la mañana en la compañía de servicios paramédicos cuando se recibió una notificación de aparente envenenamiento por medicamentos. “Cuando veo el edificio y capto al hijo de la señora sentado en las escaleras, llorando fuerte, casi me tiré de la ambulancia”, contó. Suárez cruzó el punto de seguridad y subió enseguida.

El hijo había llegado antes y se había encontrado con su mamá, tirada en el piso, y dos frascos de medicamento abiertos. Llamó al sistema 9-1-1 y pidió ayuda. Los paramédicos intentaron salvarla, pero apenas tenía signos vitales. “Nunca se me va a olvidar, aunque pierda la mente”, afirmó Suárez, aún impactado por la experiencia.

Según las cifras más recientes de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés), 5.7 millones de estadounidenses se enteraron de que padecían de alzhéimer. Los CDC indican que esta cifra podría triplicarse en los próximos 40 años.

“Cuando uno vive en un mundo incierto, se destapan recuerdos almacenados que se manifiestan como ilusiones o alucinaciones. A veces desarrollan miedos irracionales, causados por la angustia que les causa la soledad. Es muy penoso, porque el cuerpo sin mente no sirve de nada”, reflexionó Franceschini.

“Solo nos queda pensar que esta situación, como todo lo que es, va a pasar”, culminó diciendo García.