Una es una empresaria que tiene una maestría en Administración de Empresas. La otra es una vicepresidenta empresarial. La tercera es enfermera. Estas tres madres —profesionales de clase media— están entre quienes no creen en las vacunas y que han sido ridiculizadas ampliamente desde que más de 100 personas enfermaron en un brote de sarampión y cuyo foco se identificó en Disneylandia.

Los críticos han puesto en duda la inteligencia de las tres madres, su manera de criar a los hijos e incluso su salud mental. Varios padres de familia han sido calificados de criminales por no vacunar a sus hijos con inoculaciones que se ha probado abrumadoramente que son seguras y efectivas.

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"Contrario a lo que piensan muchos, no nos oponemos a la ciencia", dijo Michelle Moore, la empresaria que vive en el suburbio de Lake Oswego en Portland con sus mellizas de dos años y medio. "No me opongo a la medicina y creo que las vacunas tienen su lugar. Creemos que son una opción y que debe investigarse cuidadosamente".

Las críticas —en su mayoría de personas que temen que los niños no vacunados puedan infectar a los suyos— han sido tan fuertes que decenas de padres que se oponen a las vacunas contactados por The Associated Press se mostraron temerosos de hablar, pero un puñado de madres acordaron discutir su manera de pensar.

Moore, la graduada de un MBA que dirige un negocio relacionado con la agricultura, dice que el origen de su opinión es de cuando tomó Lariam, un medicamento contra la malaria supuestamente seguro, pero que le provocó numerosos problemas de salud. Moore cuestiona si el gobierno conocía los riesgos en ese momento. Las autoridades de salud reconocen ahora que el Lariam puede provocar efectos secundarios severos, que pueden resultar permanentes.

Esa experiencia afectó la confianza de Moore en el sistema médico y la hizo investigar durante años cómo las vacunas afectan la salud. Cuando estaba embarazada, Moore y su esposo decidieron demorar la inmunización de Sierra y Savannah.

"No fue una decisión fácil", dijo Moore. "Pensar que algo les podía ocurrir porque decidimos no vacunarlas es aterrador, pero tengo muchas interrogantes y creo que es la decisión correcta para nuestra familia".

Nancy Babcock, de Spokane, Washington, dice que la gente "vilifica y excluye" a quienes se oponen a las vacunas y han compartido sus opiniones. Babcock, vicepresidenta de un banco, le contó sus dudas a su hija. Entonces la hija y su esposo estudiaron el asunto y decidieron no inmunizar a sus dos hijos.

"En una comunidad con tanta gente joven, los que no vacunan a sus hijos sienten mucha presión", dijo.

En todo el país, los padres que solicitan la exención a las vacunas son una pequeña minoría. El índice medio de exención a las vacunas entre los niños de preescolar en el curso escolar 2013-2014 fue de sólo 1.8%, según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), pero algunas escuelas o comunidades tienen índices más elevados, en ocasiones de 60% o más.

Los padres que hablaron con la AP dijeron que habían dedicado cientos de horas a leer estudios médicos, libros y noticias y a comunicarse con otros en las redes sociales. Citaron casos de niños que supuestamente fueron afectados por las vacunas y la existencia de un programa gubernamental de compensación a afectados por las inmunizaciones. Además, de mostraron preocupados por la supervisión del gobierno a las empresas farmacéuticas que ganan dinero con las vacunas y que están protegidas de responsabilidad civil cuando las inmunizaciones provocan daños.

Moore dijo que leyó un estudio publicado en 1998 por el doctor Andrew Wakefield en la publicación científica The Lancet que planteó la posibilidad de que una relación entre vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubeola con problemas intestinales y autismo. Dijo que está al tanto que el estudio fue posteriormente desacreditado y retirado, pero opina que la investigación no llegó a conclusiones definitivas.

Moore reconoce que la gran mayoría de los estudios muestran que las vacunas son seguras, aunque dice que algunas investigaciones indican cierta falta de uniformidad, efectos negativos o desconocidos que merecen más estudios.

Aunque el autismo sigue siendo una preocupación, a Moore y otros también les preocupa cómo la exposición a sustancias químicas, mala nutrición y el estrés puede afectar los genes y la salud. Y afirman que las grandes dosis de aditivos sintéticos en las vacunas, como aluminio y mercurio, pueden afectar los sistemas inmunológico, digestivo y el cerebro.

Los CDC han planeado dejar de usar el mercurio como preservante en las vacunas a manera de precaución y la agencia indica que las vacunas con aluminio presentan un riesgo bajo para los menores.

Estos padres dicen que deben tener la posibilidad de decidir si vacunas a sus hijos, que alegan es la base de la libertad de elección.

"Yo tengo el derecho a decidir qué sustancia entra al cuerpo de mi hijo", dijo Heather Dillard, madre y enfermera de Springfield, Missouri. "Nadie tiene el derecho de inyectar sustancias químicas nocivas a mi hijo. Eso es quitarme mis derechos y algo que me aterra".

Dillard dijo que se decidió en contra de las inmunizaciones porque su primer hijo fue prematuro y sufre de autismo. Dillard no cree que las vacunas le provocaron el autismo, pero el mal la ha llevado a investigar mucho sobre asuntos de salud. Dice que prefiere desarrollar el sistema inmunológico de su hijo de manera natural, mediante la dieta y evitar las vacunas y otros medicamentos.

"Me preocupa vivir en una sociedad que cada vez es más intolerante con cualquier disensión", dijo Moore. "Todos los avances científicos ha salido de cuestionarse lo establecido".