Quito. Fernando Castillo es propietario de una finca de mil hectáreas en Palora, un pueblo de poco menos de 7,000 habitantes ubicado en la región amazónica, a unas cinco horas de la capital de Ecuador.

Pero también hay un pedacito de tierra exclusivamente dedicado al recao que este “Boricua en la Luna” sembró para asegurarse de que las habichuelas, que no pueden faltar en su hogar, tengan sabor a Puerto Rico.

Hace siete años que Fernando reside en Quito, ciudad a la que nunca pensó que emigraría junto con su esposa y sus tres hijos, tras desarrollar su carrera como abogado en el mundo de la banca en la Isla.

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Fue precisamente el papá de Fernando (fallecido en 2012), quien tuvo la visión en el 2007 de adquirir la finca Sangay y la empresa de capital inglés CETCA, que contaba con 50 años de historias. Entre ellas, la visita de la princesa Ana de Inglaterra, en 1989, quien quedó encantada con el producto de estas tierras.

“Siendo abogado, nunca esperaba estar envuelto en este tipo de negocio. Pero por mi papá y mi hermano, ambos agrónomos, siempre estaba relacionado con el tema de las fincas. Cuando vi esto acá, me encantó, porque además envolvía la parte de administración de empresas que también estudié. CETCA comprende una parte de productos para el consumidor, que son las hierbas y el té empacado, y esa parte de desarrollo de productos me enganchó”, relató Fernado, de 49 años, quien se crió en Borinquen Gardens, en Cupey, y estudió leyes en la Pontificia Universidad Católica de Ponce.

Hoy día, CETCA cuenta con 130 empleados y produce 432 toneladas de té al año, que exporta a Estados Unidos, Costa Rica, Uruguay, Malasia y Rusia, entre otros mercados. Además, comercializa varias marcas en Colombia y Ecuador.

Es por esa razón que Fernando no ha cumplido la promesa que le hizo a su esposa, Liliana Ortiz, cuando la convenció de que se mudaran a Quito.

“Al principio no quería venir, me preocupaba un poco cómo se iban a adaptar nuestros niños. Fernando estuvo como un año tratando de convencerme de mudarnos acá. Mi condición fue: ‘vamos, pero te doy un año’. Y ya llevamos siete...”, relata Liliana, quien ha logrado también establecer aquí su pequeño negocio de jabones artesanales que confecciona en un cuartito de la casa.

Los hijos de la pareja -Luis Fernando (20), Diego (17) y Federico (14)- no solo se adaptaron a su nueva vida, sino que aprendieron a “hablar ecuatoriano con sus amigos y puertorriqueño en la casa”. Pues, aunque se pudiera pensar que al hablar español no sería tan difícil entenderse, la verdad es que la comunicación puede resultar complicada.

“Hay palabras que si las dices nadie te va a entender, como jugo de china; acá hay que decir naranja. O guagua, que aquí es un niño pequeño; tienes que decir bus. El primer año fue un poquito duro...”, detalla la pareja, que se conoció en Shannon’s Pub en Santurce, y se casó hace 23 años.

El tono de voz también ha sido una diferencia cultural notable, especialmente para Liliana, según relató.

Quito ofrece una gran diversidad de paisajes y monumentos para el difrute de los turistas naturaleza e historia en la mitad del mundo

Algo que sí une a ambos países es la música, sobre todo el reguetón, que también está pega’o en estos lares.

“Cuando menciono a Puerto Rico, lo primero que me dicen es: ¡Daddy Yankee!”, comparte Fernando, quien se asegura de que cada diciembre en su casa suene la música isleña, “porque no hay Navidades más alegres que las nuestras”.

La pareja extraña las cálidas playas borincanas, por lo que de vez en cuando va de paseo a la costa ecuatoriana para disfrutar de las ricuras culinarias de la zona. “Siempre estamos juntos”, agrega Liliana, quien gusta practicar el tenis, mientras Fernando prefiere correr mountain bike por los picos volcánicos que ofrece el país.

Pero de lunes a viernes, la vida de este boricua gira en torno al té. Ya sea en su oficina en Quito o la finca en Palora, -donde además cultiva la pitahaya orgánica- su mente empresarial siempre está activa.

“Voy a sembrar 100 árboles de pana como un proyecto de reforestación y con la idea a futuro de exportar el producto. Además, soy fanático de la pana y aquí no se consume... Uno sale de Puerto Rico, pero Puerto Rico no sale de uno”, admite Fernando, quien ha logrado hacer contacto con varios boricuas que residen en Ecuador a través de Facebook.

Quito. Fernando Castillo es propietario de una finca de mil hectáreas en Palora, un pueblo de poco menos de 7,000 habitantes ubicado en la región amazónica, a unas cinco horas de la capital de Ecuador.

En ese terreno fértil, abonado por las cenizas del volcán Sangay, se cultivan miles de árboles de la variedad camellia sinesis asámica, materia prima para la producción de té de la empresa CETCA (Compañía Ecuatoriana del Té), que preside Fernando.

Pero también hay un pedacito de tierra exclusivamente dedicado al recao que este “Boricua en la Luna” sembró para asegurarse de que las habichuelas, que no pueden faltar en su hogar, tengan sabor a Puerto Rico.

Hace siete años que Fernando reside en Quito, ciudad a la que nunca pensó que emigraría junto con su esposa y sus tres hijos, tras desarrollar su carrera como abogado en el mundo de la banca en la Isla.

Pero su destino había sido trazado desde el 1968, cuando el joven ecuatoriano Fernando Castillo Barahona se trasladó a Puerto Rico a estudiar en el Colegio de Mayagüez y la naranjiteña Gladys Cruz Chinea conquistó su corazón. Juntos conformaron una familia -compuesta por Fernando y su hermano Edgardo- y también una exitosa empresa de cultivo y exportación de flores.

Fue precisamente el papá de Fernando (fallecido en 2012), quien tuvo la visión en el 2007 de adquirir la finca Sangay y la empresa de capital inglés CETCA, que contaba con 50 años de historias. Entre ellas, la visita de la princesa Ana de Inglaterra, en 1989, quien quedó encantada con el producto de estas tierras.

“Siendo abogado, nunca esperaba estar envuelto en este tipo de negocio. Pero por mi papá y mi hermano, ambos agrónomos, siempre estaba relacionado con el tema de las fincas. Cuando vi esto acá, me encantó, porque además envolvía la parte de administración de empresas que también estudié. CETCA comprende una parte de productos para el consumidor, que son las hierbas y el té empacado, y esa parte de desarrollo de productos me enganchó”, relató Fernando, de 49 años, quien se crió en Borinquen Gardens, en Cupey, y estudió leyes en la Pontificia Universidad Católica de Ponce.

Hoy día, CETCA cuenta con 130 empleados y produce 432 toneladas de té al año, que exporta a Estados Unidos, Costa Rica, Uruguay, Malasia y Rusia, entre otros mercados. Además, comercializa varias marcas en Colombia y Ecuador.

Es por esa razón que Fernando no ha cumplido la promesa que le hizo a su esposa, Liliana Ortiz, cuando la convenció de que se mudaran a Quito.

“Al principio no quería venir, me preocupaba un poco cómo se iban a adaptar nuestros niños. Fernando estuvo como un año tratando de convencerme de mudarnos acá. Mi condición fue: ‘vamos, pero te doy un año’. Y ya llevamos siete...”, relata Liliana, quien ha logrado también establecer aquí su pequeño negocio de jabones artesanales que confecciona en un cuartito de la casa.

Los hijos de la pareja -Luis Fernando (20), Diego (17) y Federico (14)- no solo se adaptaron a su nueva vida, sino que aprendieron a “hablar ecuatoriano con sus amigos y puertorriqueño en la casa”. Pues, aunque se pudiera pensar que al hablar español no sería tan difícil entenderse, la verdad es que la comunicación puede resultar complicada.

“Hay palabras que si las dices nadie te va a entender, como jugo de china; acá hay que decir naranja. O guagua, que aquí es un niño pequeño; tienes que decir bus. El primer año fue un poquito duro...”, detalla la pareja, que se conoció en Shannon’s Pub en Santurce, y se casó hace 23 años.

El tono de voz también ha sido una diferencia cultural notable, especialmente para Liliana, según relató.

“Los puertorriqueños se sabe cuando llegamos a un lugar, pero aquí la gente habla muy bajito. Yo he tenido varias situaciones porque hablo duro... Incluso, una amiga ecuatoriana me preguntó hace poco si yo estaba segura de que no tenía problemas de audición”, contó entre risas.

Quito ofrece una gran diversidad de paisajes y monumentos para el difrute de los turistas naturaleza e historia en la mitad del mundo

Algo que sí une a ambos países es la música, sobre todo el reguetón, que también está pega’o en estos lares.

“Cuando menciono a Puerto Rico, lo primero que me dicen es: ¡Daddy Yankee!”, comparte Fernando, quien se asegura de que cada diciembre en su casa suene la música isleña, “porque no hay Navidades más alegres que las nuestras”.

La pareja extraña las cálidas playas borincanas, por lo que de vez en cuando va de paseo a la costa ecuatoriana para disfrutar de las ricuras culinarias de la zona. “Siempre estamos juntos”, agrega Liliana, quien gusta practicar el tenis, mientras Fernando prefiere correr mountain bike por los picos volcánicos que ofrece el país.

Pero de lunes a viernes, la vida de este boricua gira en torno al té. Ya sea en su oficina en Quito o la finca en Palora, -donde además cultiva la pitahaya orgánica- su mente empresarial siempre está activa.

“Voy a sembrar 100 árboles de pana como un proyecto de reforestación y con la idea a futuro de exportar el producto. Además, soy fanático de la pana y aquí no se consume... Uno sale de Puerto Rico, pero Puerto Rico no sale de uno”, admite Fernando, quien ha logrado hacer contacto con varios boricuas que residen en Ecuador a través de Facebook.