Si quisiéramos describirle con un emoticón, sería obligado utilizar la carita triste, con los ojitos apagados y los bordes de los labios hacia abajo. Aparece repentinamente y porque sí. Nadie le espera y él no avisa. Nadie le llama, nadie le quiere. Pero llega y revoluciona el alma con un terrible miedo a morir. Tiemblan las manos, suda el cuerpo, el aire no alcanza y se pierde el control. Parece ser un infarto, pero no. Es un ataque de pánico.

Alguien muy cercano a mí los ha sufrido.

Si para quien los sufre son horribles, para quienes lo presenciamos son un espanto. No sabemos qué hacer, cómo aliviarles, qué decir. A mi familiar se le viraban hacia adentro los dedos de la mano, se le torcían. El color de la piel le cambiaba a blanco transparente, los ojos desorbitados, y ese miedo… ese miedo… esa sensación de que en cualquier instante el corazón le dejará de latir.

Relacionadas

Pero pasa como con tantos asuntos importantes para el alma y para el cuerpo: no se habla. El tema aparece de vez en cuando asomado en algún artículo de un medio escrito, pero sin el protagonismo que debería tener porque, a fin de cuentas, miles de personas sufren de esos ataques de pánico.

Hace unos días lo comenté en mi página de Facebook y para mi sorpresa, recibí ciento y pico de testimonios y experiencias relatadas por personas que los han vivido, o que continúan presas de ese trastorno repentino e intenso que se presenta sin advertencia y que al terminar deja sembrado el terror de que vuelva a suceder.

Según me contaron, el episodio da la sensación de tocar fondo, pero sin la esperanza de impulsarse para salir. La angustia y el miedo son incontrolables porque el primero te deja una huella que te hace pensar en repeticiones, en réplicas.

Según he leído, el ataque de pánico puede ocurrir en niñas y niños, con los síntomas agrandados y, por supuesto, más dramáticos porque no tienen conciencia de lo que sucede. ¡Dios mío!

Por eso lo comento en estas líneas. Es importante visibilizar el trastorno, iniciar una conversación en la que la comunidad médica hable a borbotones sobre los ataques de pánico, cómo reconocerlos, qué hacer, sus síntomas, sus consecuencias. Y sobre todo que hablen quienes han atravesado ese suceso tan dramático y traumático, porque de repente otros pueden nutrirse de sus experiencias. Ventilar las penas y dolamas sirve de mucho para otros que atraviesan ese terreno escabroso y que necesitan solidaridad. No es lo mismo sentirse solo que saberse acompañado.

Según estuve averiguando el ataque de pánico puede ser producido por la genética, el estrés nuestro de cada día, la vulnerabilidad del carácter al estrés y las emociones negativas y a ciertos cambios en el funcionamiento de partes del cerebro. O sea, que todas y todos podemos padecerlos. Por suerte me he librado de sentirlos, pero me preocupan quienes los sufren calladamente o sin esperanza de que no vuelvan jamás.

Ya estamos en la primera semana de febrero, que no pase el año sin conversar sobre este tema. Todos vivimos en ese estrés agrio y punzante que nos producen los feminicidios, las tragedias, la inestabilidad, las enfermedades…. todos estamos en riesgo de que uno de esos ataques toque a nuestra puerta. Hablemos.