Pues mire usted, que cosa, la conversión al cristianismo de Daddy Yankee ha destapado una olla de presión repleta de opiniones que se han desbordado hasta por la válvula que despide el humentín cuando la cocción llega a la temperatura correcta.

Somos un pueblo opinionado, experto en convertirnos en un hervedero. Así que la declaración inesperada del artista como broche final del último concierto de su gira no se ha librado de críticas recalcitrantes por un lado y, por otro, comentarios a favor. Medio Puerto Rico ha dejado saber lo que piensa sobre su decisión. Caramba… como si el asunto, en vez de ser suyo, fuera nuestro.

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La garata de opiniones -un menjunje que recopila chinches y aplausos- me recuerda un programa español que se llamaba “¿Dónde estás corazón?”, en el que los panelistas alcanzaban un nivel de fogosidad tan alto al cuestionar o al discutir con sus invitados, que las venas del cuello se les brotaban y las caras se les ponían color rojo moretón.

Pues así ha ocurrido en redes, con los comentarios florecidos del anuncio de Yankee. Lo más increíble es que algunas opiniones parecen provenir de eruditos, expertos en el tema, y de otros que aparentan haber comido con el artista, en el mismo plato y compartiendo cuchara, cuchillo y tenedor. Se abren las compuertas y a juzgar se lanza media humanidad. Unos se expresan desde su ateísmo y otros desde su cristiandad. Por si acaso, aclaro que nada tengo que ver con el artista, aunque creo que hemos cruzado un “buenas noches” alguna vez tras bastidores en algún concierto.

Yankee anunció, además, que se despoja de su nombre artístico y en adelante utilizará el de pila, Raymond Ayala, supongo que para marcar el antes y el ahora que, según dijo, ha comenzado. Y lo cierto es que, en cuestión de la conversión, del nombre y de todo lo demás, tiene pleno derecho de hacer lo que le parezca. Es su vida y ya sabrá él lo que le sienta bien a su espíritu y a su alma.

Pero aquí -y en otros lares, por supuesto- es como dice el refrán: palo si boga y palo si no boga. Si se convierte y decide vivir dedicado a la religión que profese, pues es un falso, un pecador de lo peor, disfrazado de oveja que huye del fuete que merece por sus pecados. Pero si, por el contrario, decide seguir su camino chinguín chinguín, disfrutando de la fortuna que amasó por concepto de su trabajo -porque de cuna rica no es- entonces también sería un pecador, y de los malos. A su lado Judas sería un nene de teta. Nada complace.

Pues sepa usted, y sepamos todos, que Yankee tiene derecho a peregrinar hacia el templo de su preferencia de rodillas y por una acera de espinas ardientes, así como de tirarse en una piscina sobre una balsa blimbineada, cerveza en mano, para no hacer nada. Cada cual decide hacia dónde se dirige, cada cual es dueño de la dirección de sus pisadas. No debería importarnos y mucho menos deberíamos juzgar.

Si usted, como yo, cree en Dios, pues fantástico. Y si no, pues también. Cada uno tiene derecho a escoger. Pero mientras tanto, ¿qué tal si dejamos tranquilo al muchacho?